viernes, 20 de mayo de 2011

CONFERENCIA EN LA MESA RIOJANAL SOBRE LA MEMORIA, LA VERDAD Y LA JUSTICIA. PLAN PROVINCIAL LA RIOJA. Lugar. Escuela de Comercio N1.


“El 6 de Marzo de 1958 el filósofo Jean Paul Sartre se preguntaba en el diario parisino L´Express como cuestionándose el orgullo nacional francés y decía: ¿Cómo decir “mi país” cuando mi país es el que tortura? ¿Cómo decir mi país cuando uno se avergüenza de lo que hace “su” país? Francia realizó desde 1830 como resabio del colonialismo imperial heredado de Napoleón la ocupación por más de cien años a Argelia y de una manera muy sistemática. Tras un revisionismo histórico de la intelectualidad de ese momento, entre los años 60 se imaginaban figurativamente la presencia de los quejidos y lamentos de los argelinos en las calles parisinas. A este hombre le dolía la muerte que Francia produjo en nombre ni siquiera, de una guerra.

Haciendo las diferencias específicas entre ese hecho y lo ocurrido con el genocidio de la última dictadura militar: (hablamos de otro siglo, otro contexto y otra ideología) hay algo que nos hace parecidos. Allá fue un acto prepotente del colonialismo, aquí una doctrina mesiánica fundamentalista de superioridad. En ambos situaciones hubo una “política de imposición” para anular las libertades, violar los derechos de las personas, atacar a la cultura, producir el endeudamiento extranjero, abultando considerablemente la verdadera deuda externa, borrando la industria nacional y, para más de los males se eligieron ciudadanos cuyas vidas no eran dignas de ser lloradas. Sin embargo, a pesar de toda esta realidad hubo un “nosotros” con un reflejo cultural, que apenas guardaba luto por unas vidas y no reaccionaba como nación o reaccionó con frialdad ante la pérdida de las mismas. Sería importante preguntarse como Sartre: ¿Qué marcos pensantes-sociológicos, políticos y culturales existían para que en nombre del Estado, una institución como las Fuerzas Armadas decidieran que unos vivan y tracen con la mayor planificación esa toma la decisión, que hoy lamentamos?

¿Cómo docentes qué actitud pedagógica elegiremos para enseñar lo difícil, lo complejo y que nos moviliza en hasta nuestros propios argumentos? ¿Qué palabras podremos elegir para enseñar este tramo de la historia que es necesario plantear para la reconstrucción de la argentinidad? ¿Cómo salir de esa situación de desánimo y crisis patriótica cuando no encontramos con las contradicciones conceptuales entre un aniquilamiento de población, el nacimiento y sostenimiento de una nación, las luchas por la independencia, o la construcción autónoma de país? ¿Cómo resistir ante la parálisis de la palabra por no poder abordar esta historia reciente donde el mito no se puede construir, porque ésta el dolor, la presencia viva de los actores del Terrorismo y cómplices del principio del “hombre es el lobo del hombre”? ¿Cómo superar la complejidad ideológica para generar sentimientos de pertenencia cuando se sabe que hubo un plan sistemático de desaparición de personas torturadas no tan inocentemente?

Pienso que hay que reposicionar a la educación en LO POLÍTICO. Si bien es cierto que nos encontramos con una temática con un magma y delicado para el psiquismo de la niñez y de los jóvenes en el ayudarles a construir su subjetividad, ésta no puede hacerse en el odio, en el resentimiento, en el olvido, en el ahondamiento de las heridas o en el esquivo consciente, apelando a cualquier pretexto (no lo sé, no tuve tiempo, no sé cómo abordarlo, está el profesor de Ética o de Historia). Un docente que aspira desde su rol la reconstrucción de su país y de una nación deseosa de la convivencia pacífica, dentro del fortalecimiento de la sociedad civil debería trabajar con la idea de establecer una masa crítica sobre la verdad de los hechos, superadora de la prevalencia de alguno de los dos demonios, o de la tendencia del binomio amigo-enemigo. Un docente que pueda desatarse por un momento de las cuestiones morales para poder hablar y nombrar no solo los hechos del Terrorismo de Estado, sino la de un gran “relato histórico nacional comprensivo-hermeneútico de la época” que se desarrollaba a escala continental pos guerra fría entre los ejes Este/Oeste.

La educación como acto político hoy y desde la escuela es tender a la pacificación y/o reconciliación sobre el ejercicio de la memoria, la verdad y la justicia de una sociedad y que no se llega a ella por obedecer al rito de un día feriado para el ejercicio de la memoria.

Las sociedades modernas y sus gobiernos han incorporado POLÍTICAS. Argentina con buen tino adecuó la política pública Por la Memoria, la Verdad y la Justicia y ha instalado nuevas formas de tratamiento, desarrollo de cuestiones problemáticas relacionadas con un pasado reciente y traumático. La memoria como una deuda intergeneracional para las nuevas generaciones, la verdad como el discurso superador al dominante y hegemónico que hace historia para el bronce y el romanticismo rosa e ingenuo que no sea anima a modificar el estatus quo. Si no hay memoria comprensiva de los hechos, si no hay verdad y transparencia no podrá haber justicia. Justicia que fácilmente la representamos simbólicamente como esa señora con los ojos vendados que equilibra los platillos de la balanza, en el principio Ulpiano de “dar a cada uno lo suyo”, y que el Estado Argentino dispone de los tribunales y de la legislación para su aplicabilidad. Es importante que ésta funcione, pero hablo de la justicia que empieza por mi condición de ciudadano respetuoso del orden justo, del derecho deber, del respeto por las normas, por las leyes, del valor de las instituciones de la república, de los valores de la convivencia democrática, de la paz en los hechos de la vida cotidiana y no la de los cementerios. Si mi yo, el yo de cada uno de los que estamos presentes aquí, los que somos en el territorio riojano, argentino y que conformamos esa ciudadanía consciente de su responsabilidad, haríamos el constructo justo para tener un Estado Justo.

El destino histórico y político de las sociedades se afirma en el ejercicio de la verdad y la práctica de la justicia, pero por sobre todo en la vocación a encontrar un "acuerdo básico sobre el común desacuerdo" (Reinhart Koselleck. Historiador alemán).Sobre la base de un debate lúcido que significa mantener las diferencias y exponerlas sin máscaras, a sabiendas que cada uno, desde cada vereda tiene la oportunidad de mantener su independencia respecto al otro, gracias al reconocimiento mutuo. El reconocimiento de ambas partes supone de entrada a una predisposición hacia la paz. Esquivando los prejuicios se puede construir la condición ciudadana y el valor de los derechos ciudadanos.

Sólo así tendremos una nación que aspira tener con una ciudadanía responsable a una democracia posible y no sobre ilusoria, democracia que se construye desde sus prácticas en el día a día y desde los mismos conflictos. Cuando una cultura de los derechos humanos esté instalada con la convicción del peso de la verdad de una misma histórica, no se podrá restringir la nación y muchos menos su práctica.

“Considerar las condiciones para que la violencia sea menos posible. Las vidas más equitativamente dignas de duelo y más merecedoras de vivirse”. Judiht Butler