sábado, 8 de marzo de 2008

LA FEMINIZACION DE LA POBREZA

Pensar en el Día de la Mujer, más para la reflexión que para la celebración, sirve además para constatar como el imaginario social reacciona con una seguidilla de eventos y homenajes algunos muy ritualizados para justificar el “chivo expiatorio” que desculpabiliza con el llamado sexo débil. Es que el inconciente tiene la pulsión de poner en escena a la figura silenciada históricamente y aún no constituida en lo real como sujeto de derecho.

Es posible que observemos actos de demagogia banal por quienes tienen el ejercicio del poder y necesitan de un rédito político, doméstico, en consonancia con la potestad del patriarcado.

Es posible que en esa lógica se expresen los discursos tecnocráticos de la política porque hay que justificar la aplicabilidad de un asistencialismo, monotemático y estandarizado porque así todavía lo dice el modelo. Pero lo que no es posible, es que siga lo invisible enquistado en la violencia doméstica de la intimidad de cuatro paredes, porque el pathos autoritario del varón hace de la mujer su propiedad, cosificada como un instrumento de esclavitud. En lo que va del año, se lleva el registro de unas treinta y tres muertes de mujeres por acción violenta de sus compañeros varones.

La cuestión mujer es todavía una “práctica pobre” en una cultura que no tiene asimilado el respeto por la igualdad de sujetos en derechos. La mujer es un sujeto ¿Débil? ¿Incompleto? ¿Incapaz? por lo que necesita de cuidados, protección, de la misma manera que los niños/as. Si en la cultura se tiene esa representación, y son las mismas mujeres las que la estigmatizan, entonces es lógico que se sume la discriminación laboral, política y partidaria porque tales señalamientos están ligados a los aparatos conceptuales que redireccionan los modos de hacer social o político. En muchos lugares del espacio público la mujer es subalterna de un director, de un jefe, de un gerente y en el espacio privado, en el mejor de los casos es un elemento de trofeo de belleza para generar la envidia de los pares del mundo de la masculinidad.

En un intento de superación de la matriz común de opresión y desigualdad que sufren las mujeres desde lo estructural a pesar de la modernización occidental, o de las reinvidicaciones discursivas sobre la igualdad entre los sexos, con la aplicación de las políticas asistenciales saltó a la luz el fenómeno de las mujeres jefas de hogar – familias monoparentales - constituyéndose para mal de males un segmento a engrosar la vulnerabilidad y la exclusión:”la feminización de la pobreza”.

María José Lubertino, del Instituto Social y Político de la Mujer, advierte que aunque las mujeres son más de la mitad de la población y realizan dos tercios del trabajo, sólo se obtiene con ellas el 10% del Ingreso: “ésta es una de las causas de la feminización de la pobreza, dos de cada tres pobres son mujeres”.

En la Argentina de hoy el 80% carga con un trabajo invisible: la tarea doméstica. “Su jornada laboral llega a las 80 horas semanales en muchos casos, porque aún no se hizo la revolución doméstica y todo pesa sobre sus espaldas, los chicos, la limpieza, las compras y el cuidado de los enfermos” señaló la historiadora Dora Barranco.

La feminización de la pobreza produce efectos desvastadores en los sectores populares, en relación con la carencia crítica de objetos y bienes materiales para vivir dignamente, también, con lo que es peor, la ausencia de procesos cognitivos, simbólicos y relacionales que todos, - los pobres incluidos - elaboran cuando se ponen en contacto con los elementos que la civilidad produce en nombre del progreso. Este cuadro de situación de pobreza monoparental, produce una ruptura sobre un eje fundante de la vida diaria, y a su vez cuestiona roles y modifica situaciones de poder tanto en el nivel de lo doméstico como de lo extradoméstico.

El principio argumentado por la escritora Simone de Beauvoir “La autonomía comienza con el monedero” está lejos de ser una realidad que apunte a la equidad, y no sabemos por cuanto tiempo más. Las inequidades sólo pueden ser transformadas cuando se hacen visibles y se actúa para eliminarlas. Incorporar la perspectiva de género en los distintos estamentos de la sociedad, en los responsables de la gobernabilidad, en el espacio público y privado es un reto ético y político impostergable que nos asegurará tener sociedades más justas y saludables.

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