lunes, 23 de abril de 2012

ENCUENTRO CON LOS ORÍGENES, ENTRE LA PALABRA, LOS OBJETOS Y LAS MIRADAS DE UN PUEBLO. CHELCOS - 14 de Noviembre de 2011




El libro “LOS OJOS DE ALLÁ” que a partir de ahora tendrán en sus hogares,  uno para cada familia, los que conforman éste pueblo inspirador de cultura, hacedor silencioso y tenaz de vivencias y sentires en una época, que alcancé a mirar cuando era una niña en la segunda infancia, es la consumación de un dialogo entre la memoria de un pasado y un presente que se juega para  extenderse en un tiempo, animarse a no morir, sino a existir en la historia valiosa y significativa de los descendientes de los de una cultura, la del campo.

Los ojos de allá, son los ojos del campo, Chelcos. Perviven, están y nos invitan a mirarlos nuevamente, para ser contemplativos y reflexivos en el cardado de la memoria o en el hacer de presencias nuevas. Es mirar lo ya mirado, para encontrarnos en lo que fue y que ahora puede ser, una posibilidad más, cuando se trata de re-hacer la esencialidad de una época, de un lugar, de un mundo singularizado. “El campo tiene sus ojos y si estamos atentos, nos devuelve la mirada”  en imágenes y matices, en historias, en creencias y en laboreos plenos. Si miramos y esperamos nos encontraremos con espacios solariegos y nacientes de tradiciones, con antiguas formas de ser, con transparencias brotadas por los poros. Toda sociedad es gestora de culturas, potentes y fecundas, las hacen parir, algunas veces las conservan, otras languidecen y mueren. Los ojos de allá nos convocan a aspirar alientos esparcidos en frutos, sacar de las corolas vistosas sus haceres, secar las húmedas pieles campesinas para reconocerles su historia, la propia, que se autorizan a sí mismas.

Volver a mirar el campo es hacer memoria, desde una sorda y oscura configuración sujetada íntimamente en cordeles y cerrojos. ¿Cómo romper esas trabazones para soltar los recuerdos? ¿Qué color poner al atrevimiento y hacer alianzas con el lenguaje? ¿Qué inspiración tallan los sonidos, las voces o las imágenes que responden con fidelidad a ese pequeño mundo? Sólo las palabras, mediadoras, facilitadoras, para hablar de aquellas figuras fuertes o de las que no se hablan. Todas están, latentes, pujantes en el magma de las emociones y los saberes. En toda la humanidad la palabra universaliza. ¿Cómo no hablar de aquello que se echa de menos y que siempre se tuvo?

Mirar en la memoria que deja abigarradas huellas en el alma, es para que los inéditos cauces se agiten y salgan inocentes del letargo, a la espera de ser mirados, escuchados, atendidos porque es otra la trama que la pasión teje, son otros los matices y los sentidos, hoy recreados y emancipados. Las voluntades libres de prejuicios y gustosas vuelven a percibir los sabores, los olores olvidados y callados por la urgencia de los presentes.

Los ojos puestos allá habilitan los actos autónomos, para reconocer lo sabido, lo vivido, lo aprehendido en una traza de historia pequeña, sentida y revelada. Reconocerse como autor de ese saber- hacer desde la distancia que ya no tiene tiempos, porque eso también regala la memoria, es haber superado el dolor de las heridas acordadas con la vida misma. Quedaron las llagas en esfumadas cicatrices y las otras serán sublimadas y mutadas.

Hacer memoria es superar la intencionalidad de la fuerza de una historia poderosa y estigmatizadora que andamia con un sólo discurso, con la severidad fundacional y la rigidez de ser la única verdad. La memoria sirve para redireccionar las marcas como las ideologías que encorsetan. La justeza de la memoria junto a la justicia de la historia, soldarán uniones, lograrán ligazones de cuerpos y almas, para introducirlos en posibles imaginaciones como en recreadas y nuevas construcciones.

Sentir pasión por volver a mirar los trazos de la memoria es valorizar el pasado, agudizarlo en los modos de construir la verdad cuando hilaron el origen con el lugar, con el trabajo, con la tierra. El desafío es indagar por dónde se estatuía la dimensión del poder en esa pequeña comunidad. ¿Qué concepción de poder los alimentaba? ¿Por dónde se edificaba el gen antropológico para no necesitar de la direccionalidad de uno que incita y el otro que obedece? ¿Cómo lograron ser creadores del sí mismo y por el sí mismo, en sus capacidades y potencialidades? ¿Fue éste un resabio del principio de la filosofía cuando proclama: “la humanidad como autocreación”, “los hombres no han tomado nada de los dioses, se han enseñado a sí mismos, como la palabra, el pensamiento, qué es como el viento, qué mueve voluntades y pasiones”? ¿Esto se ha perdido? ¿Ha mutado?

Pensar lo impensado, descubrir lo encubierto, separar lo unido, reunir lo separado, unir el pasado con el presente, es una necesidad —no la de la nostalgia— sino la invitación al lector para recrear el sentido de lo nuevo con el “vivir entusiasmado”. Los ojos de allá son para buscar la mirada y esperar… porque el campo las devuelve para ser solidarios con él.

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