jueves, 18 de junio de 2009

IMAGINARNOS A NOSOTRAS MISMAS

Los acontecimientos fundacionales que dieron origen al Día Internacional de la Mujer, los cotidianos como los de orden mundial, nos dicen que el género mujer ha sido una cuestión de normativa, de reflexión, de lucha por activar la igualdad de derechos y revalorización de la diferencia a partir de la identidad de sexos. Más allá de ser un paradigma de pensamiento, con sus principios y discursos en búsqueda de un estado deseable, todavía hay situaciones y acciones discriminatorias en lo laboral, político, social y económico. Esta situación se agrava con los numerosos casos de violencia doméstica y abuso sexual, no sólo a mujeres sino también a niños y niñas.

Existen cinco proyectos presentados en el Congreso de la Nación para abordar el desborde de esta lacra social de abuso, violación y muerte de mujeres y menores, que no cuentan con la voluntad política para ser tratados con la urgencia y disponibilidad, como cuando el poder económico obliga a la aprobación de una ley que concuerde con los intereses y con los lobbys del entorno político.

Entonces… ¿Es plausible preguntarnos en este tiempo posmoderno, que la indiferencia observable hacia las diversas problemáticas del género mujer es un resabio del patriarcado o del machismo? O ¿Hay que desactivar y resignar que la lucha por el género no dio resultados porque no representa a todas las mujeres, más allá de las profundas diferencias que existen entre ellas, sean de clase, de etnias o de sexualidad? ¿Se puede hablar de mujeres como género, en un sólo concepto y dar cuenta de realidades diferentes e incluso contrarias, como la posición de las mujeres blancas de clase media con las mujeres del África pobre o de la mujer rural que permeabiliza indefensamente una economía de subsistencia con las reglas de un mercado deshumanizante?

La realidad nos obliga a tomar una actitud crítica con el uso de la categoría de género, especialmente cuando se refiere al colectivo de las mujeres, mucho más cuando se repiten los códigos y prácticas del patriarcado, las mismas que las luchadoras por el género cuestionan y desestiman. Hablar de género hoy, es asumir que es un término problemático y hasta violento, que causa impugnación y angustia en algunas mujeres porque no representa a todas, que además encorseta a la construcción de nuevos significados que nacen de la misma dinámica social que transitamos. Supongo que el error fue haberle dado al concepto género, la estabilidad y certeza universal, con la práctica de un discurso de ideales que se queda sólo en deseos o sueños y no en realidades a modificar.

Cuando el pensamiento está teñido de criticidad, que cuestiona el horizonte social o cultural perimido, asume la posibilidad de no ser cerrado, atascado o concluido. Por el contrario, la misma práctica de pensar, obliga a buscar salidas, a hacer aperturas y dinámicas superadoras, aunque sea en la imaginación posible. Podemos comenzar a imaginarnos con el derecho específico de ser mujeres, que buscan una redefinición cualitativa de esos derechos; a no ser asimiladas por la hegemonía de género —ni femenino ni masculino—; a mantener formas de ser distintas, sin tener que pagar el precio de subordinación. El primer paso es comenzar a construir un medio de comunicación entre mujeres, un lenguaje que nos comunique lejos de la impronta de la dominación. Imaginarnos a nosotras mismas es empezar a corrernos de las tradicionales relaciones de poder, sea de patriarcado o de género.

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