lunes, 17 de diciembre de 2007

LA CONSTRUCCIÓN DE CIUDADANÍA Y NUESTRAS ESCUELAS

Si algo nos está sucediendo en este tiempo pos-social, anómico y fragmentado es que las palabras no dicen lo que tienen que decir, perdieron su capacidad de nominación, para nombrar lo que son las cosas o lo que nos sucede. Así también las miradas no miran lo que tienen que mirar. El otro semejante o sufriente no es recortado y mirado como otro, con amoroso interés, con ternura, con aceptación.

La palabra está en retirada. Los grandes relatos que solidificaron la historia murieron, por ende las sociedades también están inestables o espasmódicas, los cuerpos doctrinales que sostenían nuestras prácticas son insustanciales, no hacen lazos, no nos unen. La pregunta que surge es: ¿son las palabras, las miradas las que no nominan, dejaron de ser potentes o son los sujetos de este tiempo los que no las necesitan para referenciar o referenciarse? Esta es una primera aproximación para saber que nos está sucediendo.

¿Qué palabras siento que están en jaque, cuestionadas, y perdieron esa potencialidad nominativa?
Creo que hay varias, pero vamos a hacer un recorte de esa gran lista en función de nuestro trabajo docente: Pienso en ciudadanía, democracia, cultura política. ¿Podemos pensar en qué categoría las tenemos? ¿Estas palabras son iguales a las otras? ¿Es importante que hoy estemos analizándolas? ¿Es importante que estén en nuestras escuelas? Y si las usamos ¿para qué? ¿Qué sentido le implicamos cuando las nombramos?


Para desentrañar esta espesura creo oportuno recurrir al significado de sentido. Sentido es una conexión conciente y reflexiva que realizamos entre lo que es una experiencia originaria, algo vivido, con otra situación que se perfila distinta y significativa.

Aquí me parece que está el nudo de nuestro problema. ¿Cómo ser ciudadano, si carecemos de vivencias o de la experiencia ciudadana y si por otro lado no avizoramos situaciones significativas de ciudadanía de alta intensidad? En nuestra sociedad, en nuestros contextos rurales, ciudadanía es una palabra que no nombra, que no tiene referencia. Es todavía un abstrac.

Es importante analizar ¿Qué nos pasa a nosotros docentes en situación de enseñanza con estas categorías de alta implicancia? Tenemos en principio el concepto de ciudadanía, el que se convertirá en conocimiento en cada alumno; por otro lado somos sujetos autores y parte de la construcción de ese objeto de transmisión. En este lugar de asignación por mandato es posible que estemos atravesados inconcientemente por mitos, creencias e ideologías que están inmersas en el contexto donde vivimos y redireccionan ese entramado simbólico. Sumado a ello como tercer aspecto, somos agentes responsables del acto de transmisión y de la distribución democrática de ese saber. Esta triple configuración nos obliga a reflexionar muy especialmente sobre nuestras prácticas, porque generalmente alguna de estas tres dimensiones nos generará trampas en nuestros discursos, habilitando o reforzando una ciudadanía confusa, contradictoria o anómica con prácticas de resignación, impotencia o desesperanza.

Es cierto que muchos docentes no tenemos en nuestras historias personales experiencias sustantivas de prácticas democráticas sólidas, (tenemos solo dos décadas de régimen democrático). También es cierto que sin conocerla y sin tener la solidez la habilitamos con el voto ciudadano. Votar por la democracia no significa tener la garantía de vivir en democracia, con valores tan caros como es la igualdad, el acceso al bien común, a un orden justo, a la práctica en los derechos humanos. Necesitamos convivir en una cultura “en” los derechos humanos, sean los personalísimos como los de la vida, los económicos y sociales que hacen a la igualdad y no a la pobreza y los del medio ambiente porque aspiramos a vivir en con calidad de vida sustentable para esta generación y para las futuras.

La democracia es el único sistema político que el ser se hace en el hacer. La sociedad democrática no se nos da mágicamente perfecta, tenerla tampoco es el resultado de una mística o del beneficio de la suerte, o de un poder sobrenatural. Lograrla es obra del esfuerzo, del trabajo humanamente racional y apasionadamente perfectible. Solo se aprende a vivir en democracia haciéndola, reflexionando, practicándola. ¿Y quiénes la harían? Nosotros si somos ciudadanos, sujetos que confían y creen en ella. Son ciudadanos los que creen y trazan apuestas, los que realizan hipótesis para garantizar procesos sustentables, los que gustan del compromiso, visionan el futuro, y se juegan en su construcción.
Hacerla perfectible, es reconocerle su potencia.

Desde el aula, desde las instituciones se hace democracia, y podemos jerarquizarnos más allá de las funciones legales, que obviamente las tenemos, (un título, un nombramiento por mérito obviamente) pero el verdadero trabajo es el estar legitimado porque tenemos autoridad. Pensaba que hasta no hace mucho tiempo la autoridad la daba el guardapolvo blanco, hoy necesitamos que la autoridad se asiente en la confianza y en el respeto.

“Constituirme ciudadano junto a mis alumnos es el desafío”. Ser ciudadanos es también interpelarnos con respeto a la cuestión del poder. El poder de cambiar las cosas, de todas aquellas que secularmente no nos hacen ciudadanos y que están muy fuertemente instaladas en nuestras culturas en este caso la política. ¿Qué concepción de poder concebimos si aspiramos muy inconcientemente figuras con carismas patriarcales, varoniles, caudillistas? En el cuento “Un cuento que no esta cuento en la selva de Tillimayrú” observen la lucha interior que tiene el zorro Juan, fiel a sus prácticas de picardía, astucia y seducción, por querer convertir a un cervatillo que tiene encarnada otra manera de vivir: el uso de la ley, por que debajo de cada ley hay un valor de convivencia y de un orden justo.

Si nuestras actuales democracias son tejidos con agujeros, con olvidos, injusticias, malestares, habrá ciudadanos que buscarán los hilos, para fortalecer las tramas, para que nos se generen más baches ni miradas que no miran; podrán elegirán nuevos colores que reanimen la participación, y el compromiso, con posibilidades reales de reflexión y diálogos para la mejora de las situaciones contextuales de riesgo que viven en nuestras localidades. Los sujetos vulnerables y pobres deben saber por donde se adquiere la dignidad humana. Es un derecho/deber enseñarles. Qué telar, que rueca o que huso que oville los hilos se usarán para alcanzar la dignidad, que no es una aspiración, es un estado de existencia, de vida.

Todos los que estamos frente a niños o jóvenes y con el legado de construir subjetividades realizaremos sin lugar a dudas las tramas, los tejidos para que en los próximos años haya menos agujeros en las colchas que dan abrigo, contención y calor.

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