jueves, 20 de diciembre de 2007

¿QUÉ SE LEE DE UN HECHO POLÍTICO?

Podríamos decir que un hecho político es la valija con dólares que portaba Antonini Wilson en territorio argentino, la supuesta vinculación con el gobierno de Cristina de Kirchner para financiar su campaña electoral, resarcida aún más con la denuncia de Estados Unidos a partir del accionar del FBI. Si nos quedamos con la enumeración de datos, de la narración en el tiempo, de los pormenores, de los autores visibles e invisibles nos estamos perdiendo aspectos recurrentes y sustantivos del conocimiento que literalmente abunda en lo descriptivo, pero no lo justifica desde los porque. En lo cotidiano hay mucho periodismo de información al respecto, es importante sin duda, pero no ayuda a formar opinión y a comprender el dato de la realidad, a formar conciencia histórica. Es pura doxa diría Platón.

“Los hechos son interpretaciones” aporta Nietzche. “Los hechos por si solo no existen, adquieren categoría cuando la voluntad y la conciencia los registra”. La posición de este filósofo alemán nos puede servir de sostén para interpretar dentro de la opinión pública lo que está ocurriendo en la actividad política en estos días o en algún periodo de la historia si queremos.

Entonces frente a este hecho. ¿Qué interpretamos? ¿La presencia de la valija para el supuesto financiamiento de la campaña electoral del 28 de octubre traicionó la buena fe del ciudadano votante en el ejercicio de la democracia representativa? ¿El ciudadano es un rehén que solo se lo valoriza en un padrón electoral para la suma de votos? ¿Se es ciudadano solo en el cuarto oscuro? ¿Acaso no estamos habilitando la no creencia en este sistema? ¿Como se desestima una elección cuándo se sabe que desde la competencia política, hubo lugar a la denuncia porque el juego no fue limpio en las reglas procedimentales? Lo peor es que nos puede suceder como ciudadanos es que actuemos con actitudes espasmódicas, desencantadas o resignadas.

Lo que le ocurrió a la nacionalidad argentina es “denigrante” del latín denigrare que significa poner negro, es decir pone en descrédito, en duda la representación responsable que la ciudadanía eligió. Es denigrante que se desvirtúe el sistema democrático al usar prácticas antiprocedimentales, con un discurso habilidoso haciéndonos creer que los esquizofrénicos somos los gobernados.

Otro punto en cuestión es acerca de cómo se concibe hacer la política.
Si estuviéramos en el período entre guerras en el siglo XX, la opinión pública justificaría los términos “la política es la guerra con otros medios” Carl Schmitt decía por ese entonces la política es la oposición con el otro, aquel que se opone al modo de vida del statu quo, hasta llegar a la eliminación física del adversario” o más antiguo aún, recurramos a Macquivelo que inició la visión de la política como actividad cínica.

Todas estas representaciones colectivas e históricas se cruzaron con prácticas violentas; las podemos encuadrar en luchas por conquista de territorios, por razones estratégicas y geopolíticas, por razones culturales de una época oscura que la civilización y el derecho positivo desaprueba fuertemente.

El contexto histórico contemporáneo es otro indudablemente. Si bien todavía estamos atrapados en el sub-desarrollo, existen aspiraciones, visiones superadoras y emergentes por construir una nación respetuosa e inclusiva de todos sus ciudadanos. Por ende, a partir de lo que las interpretaciones nos aporta, exijamos hacer que las prácticas políticas partidarias no sean clientelares, porque como personas primero, como ciudadanos después somos propietarios de un derecho / deber cívico y político a la vez. Aspiremos a la sustentabilidad democrática, a una manera de hacer política que amanse, suavice y ordene, que haga ligazones y reconstruya lo conflictivo que la actual sociedad tiene en exceso. Es una cuestión de ética pero también de moral.

No hay comentarios: